La Iglesia Católica se enfrenta a un problema grave, mucho más serio de lo que parece. No se trata de puritanismo ni de morbo, sino de justicia. Cuando se habla de la dimisión del estado clerical —expulsar a un sacerdote e inhabilitarlo de por vida—, no puede ser que la decisión dependa del capricho, la simpatía o los intereses de turno. Sin un estándar probatorio claro y universal, la disciplina eclesiástica se convierte en un arma arbitraria, en manos de quien quiera usarla. Hoy un cura puede ser fulminado por un desliz privado, y mañana otro puede seguir al frente de parroquias mientras vive públicamente en concubinato. La contradicción es sangrante y el daño a la credibilidad de la Iglesia, incalculable.
El caso de José Castro Cea, alias “Josete”
Un ejemplo escandaloso lo encontramos en Madrid con el sacerdote José Castro Cea, conocido como “Josete”….
Autor: Miguel Escrivá
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