El escritor, biógrafo y profesor de literatura inglesa Joseph Pearce está consagrando una serie de artículos a grandes obras de la literatura universal, entre ellas El Quijote y Romeo y Julieta. O Cumbres borrascosas, de Emily Brontë (1818-1848), a la que dedica un análisis en Crisis Magazine destacando sus elementos genuinamente cristianos. [Los ladillos son de ReL.]
Cumbres Borrascosas en pocas palabras
Emily Brontë era hija de un ministro ordenado de la Iglesia de Inglaterra que sirvió a su parroquia con devoción y diligencia durante cuarenta años. Al igual que su padre, Emily era una cristiana fiel y devota, un hecho que se hace evidente en la perspectiva moral manifestada en su famosa novela.
La oscuridad de la novela se ve impulsada por la negativa de sus principales protagonistas a amar al prójimo o a perdonar a quienes han pecado contra ellos. El resultado es una reacción en cadena destructiva en la que cada vez más corderos inocentes se convierten en lobos vengativos. Este es el animus mismo de la novela y el impulso de su trama.
La luz del cristianismo penetra en la oscuridad de la novela en las palabras y acciones de Nelly Dean. Es ella quien intenta hacer entrar en razón a los protagonistas de la trama. Ella advierte a Heathcliff de que «es lo que hace la gente soberbia, darle pábulo a las propias penas». Estas palabras de sabiduría servirán como moraleja y lema de la novela. Toda la historia es el tejido de las tristes penas que les provoca a los protagonistas su propio orgullo.
‘Cumbres borrascosas’ ha sido llevada a la pequeña y gran pantalla en numerosas ocasiones. Arriba, la versión de William Wyler en 1939, con Laurence Olivier y Merle Oberon. Abajo, la de Bryan Ferriter en 2022, con el propio Ferriter y Jet Jandreau.
La sabiduría de las palabras de Nelly, y la sospecha de que son las palabras del autor hablando indirectamente, están presentes en un intercambio con Catherine, en el que Nelly emerge como una incisiva teóloga cristiana.
[Atención Spoiler: a partir de aquí se desvelan algunos elementos argumentales de ‘Cumbres borrascosas’, aunque su conocimiento no roba interés a la trama ni a su resolución.]
«Si yo fuera al cielo», dice Catherine, «me sentiría terriblemente desgraciada». La razón, dice Nelly, es que «no hay pecador que no se sintiera desgraciado yendo al cielo«. Su axiomática réplica debe ser tenida en cuenta a medida que el diálogo continúa, particularmente a la luz, o en la oscuridad, de la obsesión de Catherine por Heathcliff: «Mis mayores desdichas en este mundo han sido las de Heathcliff y cada una de ellas la he visto venir desde el primer momento y la he padecido; él es mi principal razón de existir. Si perecieran todas las demás cosas pero quedara él, podría seguir viviendo. Si, en cambio, todo lo demás permaneciera y él fuera aniquilado, el mundo se me volvería totalmente extraño y no me parecería formar parte de él… Pero mi amor por Heathcliff se parece al cimiento eterno y subterráneo de las rocas; una fuente de alegría bien poco apreciable, pero no se puede pasar sin ella. Nelly, yo soy Heathcliff, siempre estoy pensando en él, no necesariamente como en algo placentero, pero es que yo misma tampoco me gusto siempre, sino como en eso, como en mi propio ser. Así que no me vuelvas a hablar de separación entre Heathcliff y yo».
La opción por el infierno
En este conocido pasaje, Catherine confiesa la naturaleza infernal de su «amor» por Heathcliff, que no es simplemente su ídolo sino su dios demoníaco. No solo lo adora, sino que está poseída por él.
Esta dimensión demoníaca no pasó desapercibida para G.K. Chesterton, quien escribió que Heathcliff «fracasa como hombre tan catastróficamente como triunfa como demonio». Lo demoníaco se sugiere además por el hecho de que las palabras de Catherine, «yo soy Heathcliff», hacen eco de las del Satán de John Milton, «yo soy el infierno». Al igual que Satanás, está exiliada del cielo porque todo, incluso el cielo, sería «totalmente extraño» para ella si Heathcliff no estuviera allí; a ella «no le parecería formar parte de él».
Prefiere estar con él en el infierno que sin él en el cielo. Nada la separará del «amor» de su dios, ni siquiera el amor de Dios. Estará con Heathcliff para siempre, no solo «hasta que la muerte nos separe», sino más allá de la propia muerte. Heathcliff es la «roca eterna» sobre la que ella construye su iglesia. Él es «una fuente de alegría bien poco apreciable» pero, por el contrario, es «oscuridad visible», como el Satán de Milton, y la fuente de todo su sufrimiento. Sin embargo, ella no se separará del infierno que ha elegido. Ella obtiene lo que elige. Se trata de una teología cristiana profundamente ortodoxa, en la mejor tradición del Infierno de Dante.
La gran influencia de Dante se hace evidente una vez más en la escena entre Heathcliff y Catherine, cuando esta se encuentra en su lecho de muerte. El «amor» de Catherine por Heathcliff es tan desordenado que parece indistinguible del odio. «No te agradezco nada», dice ella: «¡Has conseguido matarme, ya lo creo!».
El momento de la muerte, para Heathcliff y para Catherine, no es el momento de la reconciliación, ni con Dios ni entre ellos. Es un momento para el reproche amargo, un momento para desahogar el propio rencor en un último acto de abandono autodestructivo. «¡Ojalá pudiera tenerte siempre cogido así hasta que nos llegase la muerte a los dos!» exclama Catherine: «Y no me importaría que sufrieses. Tus sufrimientos no me importan nada. ¿Por qué no ibas a sufrir? ¿No sufro yo?».
Catherine sigue sin desear el cielo, prefiriendo el infierno de Heathcliff. Hace su elección y se autocondena por ello. Heathcliff, por su parte, escupe su veneno a Catherine, pero prefiere retorcerse con ella en el infierno, en un eterno abrazo de amor-odio, que vivir sin ella en el cielo o en la Tierra:
«-¿Es que estás poseída por el demonio para hablarme así cuando te estás muriendo? ¿No te das cuenta de que todas esas palabras se quedarán grabadas a fuego en mi memoria y me reconcomerán sempiternamente en lo más hondo cuando me hayas dejado?… ¿No le basta a tu diabólico egoísmo con saber que cuando tú ya descanses en paz yo me seguiré retorciendo en los tormentos del infierno?
»-No descansaré en paz -gimió Catherine».
La luz cristiana
Las cursivas se han añadido para destacar el drama metafísico que se esconde bajo la apariencia física de su diálogo. Para Emily, al igual que para su gran antepasado e inspirador, Dante, cada acto de la vida tiene un significado eterno.
Cuadro de las tres hermanas Brontë, todas escritoras (de izquierda a derecha: Charlotte, autora de ‘Jane Eyre’; Emily, autora de ‘Cumbres borrascosas’; y Anne, autora de ‘Agnes Grey’), pintado en 1834 por su hermano Branwell.
En marcado contraste con la benigna presencia cristiana de Nelly está la maligna presencia de Joseph, el calvinista puritano y moralizador. Joseph representa al cristiano superficial. No el verdadero. Su falta de caridad lo descalifica. Haciéndose eco de la condena de Cristo al escriba, al fariseo y al hipócrita, Emily sigue una noble tradición de la literatura cristiana al exponer la hipocresía de los cristianos poco caritativos. Dante tiene toda una sección del octavo círculo del Infierno reservada especialmente para los hipócritas, y Chaucer [autor de los Cuentos de Canterbury] dedica gran parte de su Prólogo General a exponer la hipocresía de muchos de sus peregrinos.
La novela termina con una nota de luz, en ambos sentidos de la palabra. Tras la muerte de Heathcliff, la oscuridad se disipa y la luz emergente aligera el peso del mal que se ha cernido, cargado de fatalidad, sobre toda la obra. Cuando el señor Lockwood regresa a Cumbres Borrascosas, nos sentimos casi deslumbrados por la luz y levantados por la ligereza. El amor está en el aire; el verdadero amor, no su inversión infernal. Este final feliz sirve como juicio final en la propia novela, confirmando que Emily Brontë, como la indomable Nelly Dean, está del lado de los ángeles.
Traducido por Verbum Caro.