La igualdad por la igualdad a menudo es injusta, porque se pretende tratar por igual lo que, por defecto o por sí mismo, es legítimamente diferente. No puedes hacer igual, por ejemplo, a un perro que a un gato; lo mismo que no puedes hacer igual a un hombre que a una mujer, porque estamos ante diferencias legítimas que nos vienen dadas. Unos son más listos, más guapos o más sanos que otros y tratar de igualar todo ello, sin más, con un «café para todos» implica no solo dejar de respetar la legítima diferencia o «desigualdad» natural, «por defecto», sino olvidar que, precisamente, esas diferencias nos permiten la complementariedad de unos con otros, la solidaridad mutua: el listo ayuda al que lo es menos, el sano al enfermo, el varón se complementa física y psicológicamente con la mujer, etc.
Por eso mismo, no es lo mismo la heterosexualidad que la homosexualidad, ya que…
Autor: Miguel Ángel Irigaray Soto

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