La sentencia, que formuló sintéticamente Cicerón, se ha convertido casi en refrán: «La cara es el espejo del alma«. Y todos tendemos a concederle crédito, en mayor o menor medida, a veces de forma más instintiva que razonada. A nadie se le escapa que nuestro rostro, en efecto, refleja delatoramente nuestras emociones –enfado o alegría, sorpresa o recelo–, a veces de manera tan fugitiva y sutil que puede pasar inadvertida para nosotros mismos… pero no para quienes nos contemplan, que de inmediato pueden figurarse nuestro estado de ánimo. También los médicos (siquiera cuando los médicos todavía tenían ‘ojo clínico’ y no se limitaban a aplicar rutinariamente ‘protocolos’) solían fiarse de la expresión de la cara del enfermo para decretar la enfermedad que lo aquejaba.
Así que la cara, hasta cierto punto, puede en efecto ser espejo del alma, revelando estados…
Autor: Juan Manuel de Prada
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