Los acontecimientos recientes han puesto de relieve dos maneras de entender la relación entre el cristiano y quienes le hostigan o incluso le destruyen. En pocas horas hemos visto, por un lado, el llamado del Papa León XIV a una “cultura de la reconciliación” donde se afirma que “no existen enemigos: hay solo hermanos y hermanas”. Y por otro, la reacción del obispo Joseph Strickland invitando a rezar por el asesino de Charlie Kirk, con palabras profundamente evangélicas: “El mayor tributo que podemos hacer a Charlie es orar para que su asesino se convierta a Jesucristo, Nuestro Señor y Salvador”.
Ambos mensajes nacen de una preocupación pastoral auténtica, pero no significan lo mismo. Y aquí se juega una cuestión teológica de fondo que no es secundaria: ¿existen o no existen enemigos?
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Autor: INFOVATICANA
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