La Iglesia Católica es, por definición, universal. Así nos lo enseñan desde pequeños: «una fe, una liturgia, una Iglesia». Suena bien, ¿verdad? Un cuerpo místico unido en la adoración de Dios, donde los fieles, sin importar el país, la lengua o la cultura, comulgan con las mismas creencias y practican la misma liturgia. ¡Qué hermoso ideal! Lástima que la realidad en muchos casos sea completamente diferente. Porque, para ser francos, a veces parece que la única universalidad de la Iglesia es estar a merced de los caprichos del párroco de turno.
Sí, esa idea de que la liturgia debería ser uniforme y respetuosa con la tradición es maravillosa. Pero luego aterrizas en una parroquia cualquiera y te encuentras con un festival de improvisaciones. Que si en esta diócesis puedes comulgar en la boca, pero en la vecina te miran mal si intentas hacerlo; que si en una…
Autor: Jaime Gurpegui
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