Autor: ReL
Poco después de que Ibeth Salavaldez llegase a España desde Perú con 20 años se quedó embarazada. Nadie de los que la rodeaban compartían la reacción que ella consideraba «normal» y «una felicidad inmensa», tener al niño. Sola, sin el apoyo claro de su madre, con un contrato en cuestión por su embarazo y ante la presión de los médicos para que abortase, su decisión «era firme»: tendría al niño con o sin ayuda.
Entrevistada por el portal de la Conferencia Episcopal Española, Ibeth ha relatado la perplejidad que le invadió en su primera visita al médico. «En vez de darme la enhorabuena por la vida que iba a traer al mundo, como hubiese sido lo normal, me ofrecían los papeles y la fecha para poder abortar«, recuerda.
Pese a su delicada situación, nunca dudó de la decisión que debía tomar: «No cabía la posibilidad de no tener a mi hijo, pero para los demás» parecía que abortar «era lo más lógico».
Ibeth se crio en una familia católica, pero desde que supo la noticia decidió ocultarlo para «ganar tiempo».
«Me daba muchísimo miedo que mi madre me dijera que era muy joven o que no lo podía tener. Pensaba que no aceptaría mi situación, pero mi decisión era firme. Quería llegar a los meses en que no fuera posible que nadie intentara convencerme de abortar», explica.
Pero conforme pasaba el tiempo, mantenerse fue cada vez más difícil. El padre del niño se encontraba en su país de origen y las asociaciones provida que visitaba no podían atenderla por estar «a tope de madres».
Hasta que conoció una organización, El fruto de tu vientre, una asociación católica basada en el carisma el ideario de la madre Teresa de Calcuta y fundada en el año 2010.
Allí le dieron lo que más necesitaba, «esperanza». «Más que ayuda material me dieron apoyo espiritual, me ofrecieron cariño y me dijeron que podía salir adelante, que había tomado una buena decisión porque traía al mundo una vida», menciona.
Ibeth fue la primera mujer atendida por esta prganización.
Gracias a su ayuda, Ibeth pudo «dar el salto» y, milagrosamente, encajaron todas las piezas del rompecabezas: «Cuando el niño nació, me volvieron a llamar de la empresa, empecé con contratos temporales y el padre volvió a España y se encargó del niño».
Agradecida, Ibeth comenzó a colaborar con la organización dándoles ropa para bebés, preparaba cestas para otras madres necesitadas de ayuda e impartía talleres para hablar de su experiencia, consciente de que «era importante saber, a medida que el embarazo avanzaba, que iba a ser posible cuidar de tu hijo y que hay solución a los problemas». La esperanza, añade, «es mucho más importante que cualquier ayuda económica».
Hoy, Ibeth tiene 30 años y dos hijos, de 8 y de 4 años y sigue ayudando a la asociación que lo hizo posible. «Puedo asegurar que tener al niño fue la mejor decisión que pude tomar en mi vida, porque le dio sentido a todo. Hoy, todo lo que hago es pensando en mis hijos».
«El padre, mis hijos [y yo] somos muy felices juntos con la familia que hemos formado. Los dos tenemos un contrato estable, vivimos bien. Vivir en familia, con los niños, nos da una felicidad inmensa«, concluye.
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