Cuando uno vuelve a sus lugares de infancia y adolescencia los sentimientos afloran con una fuerza especial, más aún cuando son rincones llenos de vida junto a un río o en lo alto de una montaña. Y si además sumas la visita a un paraje que siempre has querido ir y siempre se quedaba en “ya iré un día”, todo cobra más intensidad. Esto es lo que vivo el pasado viernes de la Octava de Pascua. Quedo con un amigo para pasar el día en plan retiro y dejar que Dios nos hable al corazón; bueno no sólo Él, sino también sus padres, la Virgen y San José.
Un puente medieval sobre el río Iregua es nuestro primer destino. Ver cómo corre el agua y con qué fuerza, nos ayuda a entrar en oración en un paraje singular. Paseamos a la vera del río. Hacemos silencio para hacer nuestro el fragor del río. Dejamos que todo nos acerque al Creador. Subimos hasta el puente, lo recorremos…
Autor: Sólo Dios basta
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