Las iglesias proyectadas en los últimos decenios asombran por su «desnudez», por la ausencia de ornamentos, por una esencialidad que roza lo abstracto. No es solo una cuestión de dinero, el motivo es mucho más profundo y con graves implicaciones teológicas y litúrgicas: así lo sostiene Ciro Lomonte, arquitecto y profesor de Historia de la Arquitectura Cristiana Contemporánea en la Universidad Europea de Roma, en un artículo publicado en el número 216 (abril de 2022) de la revista italiana de apologética Il Timone.
Minimalismo: la nueva iconoclastia
Hetzendorf y la iconoclastia en la segunda mitad del siglo XX es un libro trilingüe [alemán, inglés, italiano] dedicado a la tercera iconoclastia. Como es bien sabido, la primera se resolvió en el II Concilio de Nicea; la segunda (la calvinista) en el Concilio de Trento.
La tercera (una guerra a las imágenes que se sigue extendiendo actualmente) es la que empezaron las vanguardias artísticas del siglo XX. Me pidieron que le dedicara un capítulo del libro, que titulé ¿De nuevo partir de cero? inspirándome en el lema de la Bauhaus, la revolucionaria escuela de arte y oficios fundada en 1919 en Weimar.
El volumen comienza con un ejemplo concreto, la iglesia del barrio Hetzendorf, en el centro de Viena, construida en 1909 con abundancia de decoraciones arquitectónicas. A pesar de que el edificio no sufrió daños en la Segunda Guerra Mundial (a diferencia del cercano Teatro de la Ópera, reconstruido tal cual), el interior fue furiosamente vaciado de todas sus obras de arte en 1957 y transformado en un lúgubre antro de superficies grises. Hay que explicar que, como protesta, los fieles cambiaron de parroquia… también porque la iglesia original había sido construida con las generosas donaciones de sus antepasados.
Interior de la iglesia del Rosario en Hetzendorf (Viena). La rica decoración interior fue devastada en 1958 por una reforma impulsada desde la curia diocesana que provocó un gran debate público y una gran oposición y decepción de los fieles. Foto: Thomas Schuster (CC BY-SA 3.0).
Hay quien piensa que el primado del minimalismo en el diseño de las iglesias contemporáneas, que cada vez se asemejan más a los angulosos paralelepípedos de las descarnadas cocinas Bulthaup, funcionales y carísimas, es fruto de una evolución fisiológica del gusto. La reducción al mínimo, en realidad, no es búsqueda de la esencia, como parece que creía el arquitecto Ludwig Mies van der Rohe, el último director de la Bauhaus, con su less is more [menos es más]. Es la sustracción de cualquier mímesis de la naturaleza. Es odio por la materia y por cualquier representación de la misma en nombre de un espiritualismo gnóstico, dictado entonces por la Sociedad Teosófica de Madame Blavatsky y la antroposofía de Rudolf Steiner. Es negación del misterio de la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad (según ellos, los seres puros no podían contaminarse con la carne: Jesús, Hombre perfecto, lo sería solo en apariencia). Es rechazo de los sacramentos, no solo porque Dios no podría servirse de la vil materia creada, sino también porque los «perfectos» presumen de no necesitar ser redimidos.
Las aulas litúrgicas
Ríos de palabras intentan justificar las «no iglesias» frente a las que los fieles se quedan desconcertados. Es la legítima reacción del sensus fidei fidelium. Si el arte ha muerto, utilizando las palabras de Hegel, sigue existiendo la crítica, como sostenía Giulio Carlo Argan. Para demostrar lo indemostrable. Y sin embargo nada es más elocuente y sintético que las llamadas «aulas litúrgicas» anicónicas, dado que la liturgia vive de símbolos y sensorialidad. Algunas mesas cúbicas (altar es un concepto superado) parecen melancólicas decoraciones insignificantes. Es un vacío que remite a un vacío espiritual.
La esencia del minimalismo es la ausencia del Dios único y verdadero. Es la ausencia de la realidad. Es la ausencia de la verdad, de la bondad, de la belleza. Es fruto de un proceso luciferino que llegó a su maduración con los philosophes y la Ilustración iniciática.
El primer intento de expoliación de la arquitectura de sus ornamentos fue, en vísperas de la Revolución francesa, obra de los llamados arquitectos de la Revolución (Étienne-Louis Boullée, Claude-Nicolas Ledoux, Jean-Jacques Lequeu), que diseñaron sólidos «puros» (pirámides, esferas, cilindros, conos) desafiando la ley de la gravedad. Se trató de una corriente kárstica que, fluyendo enterrada por debajo de las elaboraciones prometeicas del siglo XIX, surgió de nuevo imperiosa a principios del siglo XX.
En la revista De Stijl, fundada en 1971 por el arquitecto Theo van Doesburg, se pueden leer afirmaciones singulares como esta: «Tan errado es identificar la esencia del pensamiento con la contemplación, como, en el caso de la contemplación, identificarla con la representación sensible de la naturaleza. Esto último es un concepto de origen clásico y católico-romano que el protestantismo siempre ha combatido». «El arte ha asumido la función de guía que antaño tenía la religión», decía Piet Mondrian.
Los arquitectos «modernitos»
Los arquitectos contemporáneos han elaborado, con arreglo a su ideología, unos paradigmas compositivos que están en abierta oposición con la doctrina católica. La mayor parte de ellos mostraba coherentemente su repugnancia ante la idea de proyectar iglesias católicas. Los mismos proyectos de Rudolf Schwarz, Dominikus Böhm, Emil Steffan, Hans van der Lacan y otros arquitectos católicos demuestran la imposibilidad de utilizar el minimalismo para crear lugares idóneos para la celebración del misterio de la Encarnación y la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
Es lo que sucede con el rock y con el pop cuando son utilizados en el arte sacro. Son géneros musicales incapaces de expresar y favorecer el diálogo entre el hombre y Dios en el ámbito de la Revelación cristiana. Por mucho que los textos estén tomados de la Sagrada Escritura, el ritmo mismo despierta el instinto de manera tribal o banaliza los contenidos de la oración.
Hay que preguntarse entonces cómo es posible que obispos y sacerdotes (incluso dentro de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X) encarguen a este tipo de arquitectos los proyectos de nuevas iglesias o la reestructuración de las antiguas. El mundo entero necesita que la Iglesia recupere su papel de madre y maestra. El arte y la arquitectura están profundamente enfermos de inmanentismo y deben recuperar con urgencia su relación con la trascendencia.
Los artistas vanguardistas han elegido partir de cero. La gran tentación es imitar su ejemplo y cancelar a su vez su lenguaje. Pero esta no parece ser la solución más adecuada; se puede coger todo lo que hay de bueno en el arte clásico y en el contemporáneo. Es un arduo desafío, pero probablemente nos dará iglesias modernas de gran belleza artística y plenamente aptas para la celebración de los ritos católicos, como en el caso de la Sagrada Familia.
Derroches, no ahorro
También nos permitirá ahorrar en los costes. Dicen que el minimalismo produce obras más económicas. La verdad es que las construcciones más a la última comportan un derroche increíble relacionado con las tecnologías innovadoras utilizadas, con el agravante de generar «no lugares». Además, con el tiempo requieren unas enormes obras de mantenimiento. El hormigón armado, por ejemplo, se degrada fácilmente, sobre todo si se deja al aire. No se asegura su duración más allá de los ochenta años. No se reflexiona suficientemente sobre el hecho de que, antiguamente, incluso los materiales lapídeos como el mármol pario del Partenón estaban protegidos con revoque o encalado y pinturas.
Catedral de Santa María del Fiore, en Florencia. Foto: Bruce Stokes, Flickr CC BY-SA, Wikipedia.
La confianza ciega en el progreso a toda costa nos impide a veces recurrir a la sabiduría de los antiguos constructores a pesar de que en 2022 aún no sepamos como se mantiene en pie la estructura de la grandiosa cúpula del Panteón, inspiradora de la cúpula de Santa María del Fiore (también enigmática) y de la de San Pedro.
Traducido por Verbum Caro.