Autor: Pablo J. Ginés
Rafael Higueras, sacerdote diocesano en Jaén, además de amigo y promotor de la figura del beato Lolo, es el postulador de la causa de 130 mártires de la diócesis asesinados por odio a la fe durante la Guerra Civil Española.
En Roma ya tienen la positio que preparó, 40.000 folios de información sobre estas personas que pueden llegar a ser declaradas beatas por la vía del martirio.
«Muchos de ellos tenían una vida tan entregada que podrían declararse beatos por sus virtudes en grado heroico», comenta Higueras a ReL.
Él ha investigado sus vidas y las ha publicado en dos tomos gordos, de unas 600 páginas cada uno, con el título «Proceso sobre el martirio de los siervos de Dios Manuel izquierdo izquierdo y 129 compañeros».
«Entre ellos encontramos una religiosa de clausura, una mujer viuda, la hermana del obispo Basurto con su marido, un joven de 18 años de Acción Católica, un minusválido psíquico…», va enumerando Higueras.
En algunos pueblos recuerdan a los religiosos o fieles asesinados por su fe, pero en otros los desconocen por completo, aunque fueron sacerdotes o laicos en sus parroquias. «En el libro dedico unas 8 o 9 páginas a cada mártir, y creo que habría que ir a cada pueblo donde nació, murió o fue cura el mártir, hablar con la parroquia de allí, presentarles su figura y que lo conozcan», comenta Higueras. En 2019, a la ceremonia de clausura de la fase diocesana del proceso, acudieron unas dos mil personas de todos los pueblos implicados.
Los mártires de Mancha Real: su cementerio fue su puerta al cielo
Un ejemplo de los grupos de mártires que se quieren beatificar son los de Mancha Real, una población de unos 11.000 habitantes. Su iglesia fue construida entre el s.XVI y XVII, y participó en ella el arquitecto Andrés de Vandelvira, principal responsable de la impresionante catedral de Jaén. Allí se han bautizado infinidad de niños, convirtiéndose en «ciudadanos del Reino de Dios». Pero, para los mártires, la tapia del cementerio donde fueron fusilados se convirtió en su puerta al Cielo.
En la parroquia, sobre el altar, están los restos de un mártir ya beatificado por el Papa Francisco en 2013, su párroco Francisco Solís Pedrajas.
El cura que impulsaba sindicatos, comedores y escuelas
Francisco Solís Pedrajas nació en Marmolejo. Como el mismo Cristo, era hijo de carpintero y trabajó en el taller de su padre, por lo que siempre se consideró obrero o artesano. Con 36 años de edad y 13 como sacerdote, fue nombrado párroco de Mancha Real.
Solís relanzó el Círculo Católico local y organizó un sindicato obrero, que era conocido como el «sindicato católico». A los trabajadores les impartía el Catecismo, y también la Doctrina Social de la Iglesia. Esa actividad sindical le hizo chocar con los sindicatos de izquierdas y revolucionarios, y también con algunos terratenientes.
Ayudó a fundar un colegio de la Institución SADEL (Sociedad Anónima de Enseñanza Libre), cuyo administrador general era Luis Cubillo Valdés, natural de Mancha Real (padre del arquitecto de parroquias Luis Cubillo Arteaga). Puesto que la República prohibía los colegios católicos y la enseñanza religiosa en la escuela, había católicos laicos que se organizaban en entidades como SADEL para crear escuelas de orientación cristiana. Así nació esta escuela en 1934, el Colegio de San Juan de la Cruz, con dinero aportado por familias y simpatizantes y bonos. SADEL se extendió por toda España y estuvo presente en varios pueblos de Jaén: Linares, Martos, Alcalá la Real, Beas de Segura…
El beato mártir Francisco Solís, párroco de Mancha Real, con las alumnas del colegio SADEL, la red católica que nació en 1934 cuando la República prohibió las escuelas de religiosos.
Solís también lanzó un comedor en la parroquia que distribuía comida cada día, apoyado por las Conferencias de San Vicente de Paúl y los feligreses.
«Muchos párrocos de esa época era muy valientes denunciando abusos laborales o malos salarios», señala Rafael Higueras. «Bastantes de ellos impulsaban los comedores sociales, que eran las Cáritas de entonces. No daban dinero, porque no había dinero. Pero sí comida. Algún político criticaba a los comedores diciendo que eran ‘rancios’, pero la gente comía y daban lo que había para todo el mundo. Hay que recordar cómo era la pobreza de esos años. Yo mismo, en 1945, era un niño en el seminario y nos daban pan de centeno«, recuerda Higueras.
El martirio del padre Solís
Al poco de empezar la guerra civil, los milicianos le detuvieron y lo llevaron a la catedral de Jaén, convertida en cárcel para muchos sacerdotes y fieles. Meses después, en la madrugada del 3 de abril de 1937, se lo llevaron en camiones con otros presos a Mancha Real, a la pared del cementerio. Él dirigía los cánticos de los presos en el camión y junto a la pared, y absolvió a sus compañeros antes de ser todos fusilados. Esa noche fusilaron junto a la tapia a 35 prisioneros.
Un seminarista y su padre contemplaron la llegada de los camiones escondidos desde unos olivares, aunque no el fusilamiento en sí. Carmen Ruiz Cano, su hermana e hija, que oyó los disparos de dos noches seguidas, lo detalló en el proceso de beatificación de Solís.
Ambos habían estado escondiéndose en una casa de campo a 20 kms, pero sus anfitriones, asustados, les habían pedido que se fueran. Esa noche fueron a Mancha Real, a ocultarse a casa de una pariente cerca del cementerio. La madre y la hermana, Carmen, los esperaban, despiertas.
«Oímos ruido de camiones, por lo menos dos», dijo Carmen Ruiz Cano. «En el silencio de la noche oímos el canto de una canción mariana, conocida por ‘Sálvame, María’, que procedía de los que iban en los camiones. En esos momentos llegaron mi padre y mi hermano diciendo que se habían cruzado con los camiones, escondiéndose tras unos árboles para que pasaran. Vieron una serie de milicianos con armas de fuego custodiando a los presos que habían sacado de la catedral. Instantes después, escuchamos unas detonaciones muy seguidas, como descargas de ametralladoras«.
Según ella supo, el padre Solís fue el último en ser fusilado, fue absolviendo a todos. «Cuando llegó el momento de matarlo a él, nadie se atrevía a hacerlo; por fin, un pobre lisiado llamado ‘el jibaillo’, que tenía fama de ser muy malo, disparó sobre él», explica la mujer.
Solís ya es beato y la urna de sus reliquias la ven cada día los parroquianos de Mancha Real en misa. Pero en proceso de beatificación hay otros 8 mártires asesinados allí, aunque habían sido detenidos en distintas localidades.
Francisco de Paula Padilla Gutiérrez, el Kolbe español
Otro de los sacerdotes fusilados ese 3 de abril en Mancha Real es conocido como el «Kolbe español», porque se ofreció en lugar de otro preso, por un hombre de Jamilena llamado José, padre de seis hijos. El sacerdote era Francisco de Paula Padilla Gutiérrez, de Marmolejo, de 44 años. (Higueras avisa de que hay otro seminarista y sacerdote casi con el mismo nombre en esa misma época en Jaén, y en su libro detalla cómo distinguirlos). Este sacerdote era párroco de San Martín, en Arjona.
La matanza de presos del 3 de abril era una respuesta al bombardeo de aviación nacional sobre Jaén el 1 de abril. La fuente de la positio cuenta lo que le narró «un testigo presencial y compañero de celda llamado Fernando de la Haza Vizcaíno».
» Un jefecillo, puesto en el centro de la galería, comenzó a llamar por lista, ordenando se pusieran en fila; otros milicianos les iban atando las manos con alambre. La mayoría de los presos fueron al martirio en camisa, no les daban más tiempo para terminar de vestirse. Al llamar a un tal José, compañero de celda, lloraba amargamente, y se resistía a salir. Éste alegaba tener 6 hijos. Fue entonces cuando de un salto salió nuestro don Francisco y se puso en la cola dispuesto a que le ataran las manos. Entonces, el jefe que pasaba lista le dijo:
– Tú no eres el llamado.
A lo que contestó:
– Soy Francisco Padilla Gutiérrez, sacerdote. No tengo esposa ni hijos por lo que suplico me llevéis a mí y no a este pobre hombre».
Esta historia la recogió en 1994 el libro de Diego González Chincolla ‘Relatos de la historia de un pueblo, Marmolejo’, en Editorial Leo. Añade este libro que el piquete había decidido no fusilarlos cuando «un miliciano conocido por ‘El Jorobeta’ dijo: ‘Dejadme a mí que yo lo haré’, y disparó la ametralladora cayendo sus cuerpos al suelo. Testigos que aún viven dicen: ‘Lo oímos todo en el silencio de la noche: gritos de dolor y perdón y ¡Viva Cristo Rey!‘ Al amanecer buscaron a otro hombre de Mancha Real llamado ‘El Bolo’ y como a otro Cirineo obligaron con su burra a llevar arrastrando los cuerpos calientes de los mártires a la fosa común».
Al párroco de Villacarrillo lo condenó a muerte un primo
Al sacerdote José Herrera Cano lo mataron con 40 años. Era hijo de padres pobres, aunque su tío materno era sacerdote (él le bautizó). Estudió en el seminario de Jaén y un par de años en Roma. Desde 1925 era párroco en Villacarrillo.
Organizó un comedor social «en el despacho parroquial donde diariamente daba de comer a 250 parados en situación de miseria», explicó su sobrina. También se negó, como presidente interino de mesa en las últimas elecciones, a que el alcalde, de derechas, impidiera el voto de algunos votantes de izquierdas con la excusa de que tenían deudas con el municipio.
A sus catequesis acudían unos 1.500 niños. Organizó la Acción Católica e implantó sus dos ramas juveniles en el pueblo.
Detenido al empezar la guerra, pasó medio año en la llamada «Villa Cisneros», una zona de la prisión provincial de Jaén que los milicianos reservaban para clérigos y gente religiosa. Por allí pasaron muchos mártires, que se confesaban unos a otros, rezaban y vivían cristianamente esas semanas. Veían como se los llevaban en grupos y ya no volvían.
Se da la circunstancia de que el «juicio» en Jaén contra él -el 30 de enero de 1937- lo presidió un pariente cercano (un sobrino de primos hermanos), que podía haberlo absuelto, pero por militancia ideológica lo condenó a muerte.
Se consideró probado que en su comedor asistía a todos los pobres, de izquierdas y de derechas; eso se consideraba un agravante, porque dificultaba la revolución. Lo fusilaron la noche antes que al beato Solís, en la tapia del cementerio de Mancha Real. Los cuerpos quedaron desfigurados por los tiros, atados unos a otros con alambres.
El profesor de mística, confesor de las monjas
Francisco de Asís Morales fue fusilado también en esa tapia de Mancha Real el mismo día 3 de abril de 1937. Tenía 65 años. Nació en Jaén, de donde era su padre. Su madre y familia materna eran gallegos, de Tuy. En el seminario era profesor de ascética, mística y moral. Era confesor en varios conventos de monjas. «No os quiero monjitas de dulce, sino fuertes como la mujer del Evangelio», les decía. Tampoco vivía en nubes espirituales: en los años 20 fue vocal de la Buena Prensa y de la Liga para la Defensa del Clero.
Detenido el 6 de septiembre y fusilado el 3 de abril, pudo participar en la misa clandestina de Jueves Santo en la catedral reconvertida en cárcel que los supervivientes siempre recordarían (el 25 de marzo de 1937).
De otros dos sacerdotes asesinados esa noche no hay muchos datos más, aunque se sabe que los mataron en esa ocasión. Uno era Ildefonso García Martínez, de 47, sacerdote coadjutor de la parroquia de Begíjar. Él y sus 4 abuelos eran naturales del pueblo, su padre era pastor («hijo de padres muy pobres», dice la documentación eclesial para que el obispo le dispense de aportar patrimonio). Necesitaba buenas referencia para ser ordenado: «no le he visto en bailes ni reuniones, le he visto cantar en los entierros», señala un testigo. Probablemente fue uno de los que cantó con fuerza esa noche del 3 de abril.
Otro era Miguel Barberán Juan, de 53 años, el cura coadjutor San Martín, en Arjona; era compañero, por lo tanto, de Padilla Gutiérrez, el «Kolbe» español.
La gran parroquia de Mancha Real, del s.XVI y XVII, en la que trabajó el arquitecto de la catedral de Jaén, Andrés de Vandelvira.
Los 3 curas asesinados en Mancha Real en 1936
Antes de la matanza de abril de 1937, fueron asesinados a lo largo de 1936 otros tres sacerdotes en el pueblo, a los que la diócesis quiere beatificar como mártires.
Ildefonso Ortega González, de 63 años, también era de padre pobre (criado) y de hecho, huérfano, pues su madre quedó viuda. Era uno de los capellanes de la capilla de San Andrés, en la catedral de Jaén, un cargo peculiar con una fundación que desde el siglo XVI financiaba estudios a jóvenes pobres y dotes para chicas. Era muy miope y afable, le llamaban «el cura Alfonsón».
Al empezar la persecución se escondió en casa de sus sobrinos en Jaén, pero una patrulla vino a buscarle el 30 de octubre de 1936, hizo un disparo al aire y el sacerdote salió de su escondite. Esa misma noche le llevaron en camión a Mancha Real. Otros dos detenidos saltaron del camión en marcha y se fugaron, pero el sacerdote, ya mayor y con mala vista, no tenía esa opción. Lo fusilaron en la entrada del cementerio de Mancha Real.
José Ortega Carrillo, hijo de labrador, tenía 58 años cuando lo mataron. De 1901 a 1936 fue capellán de las agustinas del Convento de Santa Úrsula en Jaén.
Su sobrina contó en 1941 los detalles de lo sucedido. Al empezar la guerra Ortega se escondió en su casa (de la sobrina). La mujer que llevaba la leche a la casa, que era de izquierdas, sorprendió allí al sacerdote en noviembre de 1936 y de inmediato avisó a los milicianos, que asaltaron el piso. Uno de los milicianos, Rafael Rodríguez Castaño ‘El Canijo’ vio un crucifijo sobre la mesa e intentó romperlo. Cuando la sobrina trató de impedirlo la detuvieron y El Canijo amenazó con matarla, aunque otro miliciano evitó esto último. Al sacerdote lo llevaron a la checa del ayuntamiento de Jaén. Al día siguiente lo encontraron fusilado en el cementerio de Mancha Real.
El cura guapo de 30 años y las milicianas
Juan Olid, de 30 años, es el último sacerdote de este grupo, el primero en ser asesinado y el más ligado a Mancha Real: nació allí en 1906 y fue el sacerdote coadjutor allí desde 1931. Pero no murió en el pueblo ni tampoco pudo compartir prisión con otros mártires.
Su lema sacerdotal, de 1929, fue: «En todo lugar se sacrifica y ofrece oblación limpia, dice el Señor de los Ejércitos» (de Ml, 1-11). Quizá fue una premonición.
Lo detuvieron en su casa del pueblo el 28 de agosto de 1936. Ese mismo día le habían visitado en casa dos feligresas, las hermanas Emilia y Josefa Aranda. Le preguntaron cómo estaba y respondió: «Preparándome para morir». De hecho, un par de días antes había llamado a un seminarista, hijo del sacristán, para que consumiera ante él y sus padres, todas las Hostias consagradas que se guardaban para evitar profanaciones.
Juan Olid Martínez en 1929, siete años antes de ser asesinado.
Cuando los milicianos lo detuvieron lo llevaron a la ermita de la patrona, donde ya habían destruido la imagen de la Inmaculada. Lo encerraron en el camarín de la Virgen y lo maltrataron e insultaron. Tenía 30 años y buena presencia física, así que unas milicianas le hicieron proposiciones sexuales que él despreció. En la noche del 29 de agosto lo asesinaron en la carretera hacia Baeza, junto al puente del río Torres.
Estos mártires de Mancha Real, como los de Torredonjimeno, Baeza, Úbeda, Martos, Linares y otros lugares de Jaén, y muchos mártires de España, avanzan hacia los altares. El reto es poner a sus historias nombres y rostros y contextos, para que no se confundan en la mera cantidad. Y acercarlos a sus pueblos, parroquias y lugares.
En 2019, el postulador Rafael Higueras hablaba en VaticanNews de los 130 candidatos a ser beatificados como mártires
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