Entretengo estas Navidades leyendo los ‘evangelios apócrifos‘, algo que imperdonablemente no había hecho hasta hoy. ‘Apócrifo’, en griego, significaba ‘oculto’ o ‘apartado’ (o una mezcla de las dos cosas, algo así como ‘recoleto‘); pero el epíteto cobraría un nuevo significado cuando se fijó definitivamente el canon bíblico en el Concilio de Trento y algunos libros –tanto del Nuevo como del Viejo Testamento– fueron apartados, por contener pasajes que se consideraron contrarios al dogma, o simplemente fantasiosos. Posteriormente, por una curiosa traslación semántica, se considerarían libros o documentos ‘apócrifos’ aquellos que resultan ‘falsos’; no por fantasiosos, sino porque su autoría es fraudulenta o ‘trucha’, que diría un argentino.
Ciertamente, los evangelios apócrifos son mucho más fantasiosos que los canónicos, en su despliegue de maravillas y su…
Autor: Juan Manuel de Prada
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