Sería mediados de los años noventa cuando una valiosa lección de vida traspasó mi todavía tierno uso de razón. Alguien había traído a casa un montón de latas de carne, que ni yo ni mis hermanos éramos capaces de tragar. Mi madre, que es buena, como todas las madres, sin saber qué hacer con semejante exquisitez, nos encargó una caritativa misión. Debíamos subirlas cada mañana a la buhardilla de un vecino que apenas tenía qué comer.
Cumpliendo a rajatabla con tamaño encargo, empezando a descubrir que la felicidad consistía más en dar que en recibir, subíamos los cinco pisos que tenía nuestra casa. Tocábamos la puerta, decíamos que éramos del primero, dejábamos las latas de parte de nuestra madre y salíamos zumbando, bajando los escalones de cuatro en cuatro. Así una mañana tras otra. Todo eran ganancias. Mi madre contenta de ayudar a un pobre… y además…
Autor: Juan Cadarso
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