By Casey Chalk
El gimnasio es una ocasión cercana de tentación sexual. Al menos el mío. Cada vez que voy, este esposo y padre de seis, que libra una batalla perdida contra el “cuerpo de papá”, tiene que sortear decenas de atractivas mujeres de veinte y treinta años que llevan ropa que en una época anterior, más «puritana», se habría considerado vergonzosamente inapropiada para entornos mixtos. Me limito a concentrarme en las repeticiones y leer mi Magnificat entre series.
Más recientemente, sin embargo, me he inclinado a rezar, tanto por las atractivas y casi perfectamente en forma mujeres como por sus confiados y musculosos homólogos masculinos. Porque debajo de todo el nauseabundo y ensimismado postureo de la cultura del gimnasio hay, creo, una profunda tristeza. ¿Qué hacemos exactamente allí? Sin duda, «maximizar» nuestra salud (aunque prefiero invertirlo y…
Autor: The Catholic Thing
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