Hay momentos en la vida en los que la ironía se despliega ante nosotros como una bofetada inesperada, dejando un amargo sabor en la boca. Ayer, en misa, viví uno de esos momentos. Durante la distribución de la comunión, se cayó al suelo una Sagrada Forma. Fue un accidente, de esos que pueden ocurrir, pero lo que vino después es lo que realmente duele.
Cuando terminó la celebración, me acerqué al sacerdote con una duda, quizás ingenua para los tiempos que corren. Le pregunté si tenía intención de recoger los posibles restos que pudieran haber quedado en el suelo y de purificarlos, como manda la Iglesia. Su respuesta fue una burla, acompañada de un gesto despectivo: «¡Qué tontería más grande!» Me quedé atónito, con esa mezcla de incredulidad y tristeza que solo provoca la falta de reverencia hacia aquello que más debería importar.
Mientras volvía a casa, no…
Autor: Jaime Gurpegui
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