Recientemente, después de publicar un artículo donde sugería que las clases de religión no sirven para acercar a los jóvenes a Cristo, he recibido un correo que me ha dejado absolutamente perplejo.
Nada más y nada menos que un profesor de religión en Madrid, indignado por mi crítica, me exige una disculpa. ¿El motivo? Que la clase de religión no es solo un espacio para la formación espiritual, ¡sino su medio de vida!
En sus palabras, y cito: “Tengo una familia y pretendéis que me quede en la calle porque unos rojos y herejes estén campando a sus anchas.” Es decir, por lo visto no solo debemos preocuparnos por la calidad de la enseñanza religiosa, sino también por la estabilidad económica de aquellos que se dedican a impartirla. No sabía yo que la religión era una cuestión de subsistencia laboral.
Permítame, estimado profesor, responderle con una carta…
Autor: Jaime Gurpegui
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