Escribo todavía bajo la turbación del espíritu que provoca la muerte de un ser querido. Aunque, en realidad, no debería estar turbado: «No se turbe vuestro corazón» (Jn 14,1). Ciertamente, a esta turbación, se sobrepone un agradecimiento inmenso que dilata el espíritu y esponja el corazón, al tiempo que evita que el acontecimiento de la muerte distorsione mi mirada. La muerte es un venir del Señor por nosotros («Volveré y os llevaré conmigo para que donde estoy yo estéis también vosotros»: Jn 14,3). De ahí la serenidad que siempre impresiona mi alma cuando un ser querido fallece: en este caso, además, un padre y amigo: José Antonio Sayés, sacerdote.
Tenía yo 18 años cuando conocí a José Antonio Sayés en mis inolvidables años de estudio en el Seminario de Toledo (1981-1987). Desde el primer momento hubo un flechazo entre los dos. Le adopté como maestro, más allá de las meras clases de teodicea que nos impartía. Con la mirada de los años veo que él era un chaval. De grandes capacidades teológicas, inmensa capacidad de trabajo y comunicación, dotes de maestro… A esa sola asignatura que daba en Toledo añadió otras sobre sus hombros al año siguiente, por necesidades coyunturales de profesores enfermos o en el extranjero: Cristología dogmática, Revelación y Cristología fundamental. Solo eso hacía barruntar su gran bagaje intelectual. Pero no era lo único importante. El que enseñaba estaba enamorado de su sacerdocio, de la Iglesia, y su espíritu apostólico latía hasta en los chistes y anécdotas que nos contaba en clase. No, no era un sacerdote encorbatado ni intelectualoide, al uso de tantos de la época. ¿Cómo olvidar —él habría podido escribir un suculento y divertido libro—, sus anécdotas en «la Renfe»? Viajaba siempre en tren y ¡ay del que cayera a su lado! Quiero decir que conversaba en los vagones de tren y, desde esos jugosos encuentros, siempre saltaba la ocasión de una confesión, un desahogo, la resolución de preguntas… Esas y otras anécdotas salpicaban sus clases y hacía que nuestro deseo sacerdotal creciera al hilo de sus enseñanzas.
Había defendido una brillante tesis doctoral, la primera que dirigía a un español en la Universidad Gregoriana, el padre Karl J. Becker SJ. Luego dirigió a muchos españoles entre los cuales tengo el honor de incluirme. Eran años convulsos y confusos aquellos del ’68. La teología eucarística hacía aguas por los planteamientos de la teología holandesa: transignificación, transfinalización… que ponían en solfa el dogma de la presencia eucarística. De fondo problemáticas filosóficas…. También San Pablo VI había tenido que saltar al ruedo en 1965 con su encíclica Mysterium fidei. Pues allá que se lanzó José Antonio al acabar sus estudios del Seminario de Pamplona. Además de las lenguas que ese director exigía para trabajar con él (latín, inglés, francés, alemán, italiano, español) tuvo que ¡aprender holandés! Para José Antonio no había obstáculos de entrega y esfuerzo cuando se trataba de profundizar y defender la fe[1]. Quizá fueron los planteamientos filosóficos de fondo de aquella controversia los que llevaron a nuestro autor a investigar y publicar primero un libro serio, de no fácil lectura que publicaría la Pontificia Universidad de Salamanca (Existencia de Dios y conocimiento humano [Salamanca 1980]). Con el tiempo fueron otros muchos. Trataba de afianzar la fe también con las certezas que brinda la razón y sin las cuales la fe se convierte en fideísmo o en sentimentalismo[2].
Como profesor ordinario de la Facultad Teología de Burgos, enseñó el Tratado de Revelación. Desde este ámbito indagó aspectos de Cristología fundamental (Centro de Estudios de Teología Espiritual 1985), el tema de la historicidad de los evangelios, de la historicidad de la existencia de Cristo, etc., temas que en aquellos años era puestos en interrogante con el consiguiente daño para la fe de los más pequeños. El paso de los años nos fue regalando, casi anualmente, un nuevo tratado teológico. Para él eran sagrados y necesarios sus meses de seria investigación y estudio en el Centro de Montserrat, de Roma. Allí pasaba desde la Pascua (antes había dedicado la Cuaresma a dar Ejercicios espirituales, charlas cuaresmales, etc., por toda España) hasta el verano, antes de lanzarse de nuevo a dar Ejercicios espirituales y campamentos con jóvenes. Como se aprecia por su actividad Sayés era teólogo y pastor, pastor y teólogo.
En mis años de Roma tenía ocasión de pasear con él los domingos partiendo de Via Giulia y atravesando la Villa Doria Pamfili o en dirección al Pinccio. Hablábamos de todo lo divino y lo humano y me contaba algunos de sus quehaceres del momento. Sucedió que durante la redacción del Catecismo de la Iglesia Católica José Antonio fue llamado por la Congregación de la Doctrina de la Fe a un Congreso cerrado sobre un tema espinoso de la doctrina católica: el pecado original. Él había escrito algo en Burgense[3] y luego lo haría muy ampliamente y con gran originalidad teológica[4]. Fue invitado a hablar sobre Santo Tomás de Aquino y el pecado original. Recuerdo lo que disfrutó en aquel congreso donde se dieron cita los mejores teólogos y exégetas del mundo. Con esa ocasión, entró en contacto con el redactor del Catecismo, el hoy cardenal de Viena, Christoph von Schönborn, que entonces, como dominico, podía ser reconocido por las calles de Roma por su hábito blanco. Un día le saludamos juntos. Qué curioso que al paso del tiempo, cuando ya era arzobispo de Viena, cruzaba yo la Plaza de San Pedro, le ví, me acerqué a saludarle, me reconoció y me dijo: «José Antonio me ayudó mucho en la redacción del Catecismo». Anécdotas para la historia… Efectivamente, los dos era de la misma generación y José Antonio le sirvió de ayuda en tareas «sucias» pero, sobre todo como ayuda humana y sacerdotal en momentos que no debieron ser fáciles por lo que me hizo saber José Antonio. Soy testigo de las largas horas, días, semanas y meses en que Sayés trabajó arduamente codo con codo con Schönborn, para este cometido. Él ya conocía los primeros esbozos del Catecismo que se los había dado a estudiar el arzobispo de Burgos de entonces, don Teodoro Cardenal. Llegaba a Roma con la lección leída…
Hablaba antes de campamentos. Quien le conoció recordará, a este respecto, la pasión que irradiaba ante la belleza de la naturaleza, el amor a la montaña…. Aquellos campamentos de montaña eran también días de descanso, de formación y de oración. Esos campamentos fueron el acicate para que José Antonio abordara el mundo de la moral. Veía que los jóvenes necesitaban fundamentos no sólo en la moral sexual, sino en todo el obrar cristiano. De ahí que la obra teológica de un teólogo dogmático se abriera a la teología moral. Algunos le criticaron duramente. En su caso lo hacía desde su ser de pastor[5]. Otros muchos dogmáticos también lo hicieron desde otras órbitas: Karl Rahner, Edward Schillebeeckx, etc. Trató otros muchos temas actuales para ellos y les dirigió en libros pequeños, enseñanzas muy sustanciales[6].
Por mantenernos en el ámbito estival, había unos días que también nos dedicaba a un grupo de seminaristas amigos. Durante varios veranos, algunos seminaristas tuvimos encuentros de oración, formación y descanso con él: Elizondo (en su Navarra querida), Natxitua (junto a los acantilados del Cantábrico), Vinuesa (con su imponente parroquia-«catedral». Dedicábamos las mañanas al estudio. José Antonio «probaba» sus futuras publicaciones con nosotros[7]. Había estudiado a fondo el tema durante el curso y los meses de Roma. Resumía y discutía los puntos más difíciles y nos hacía pensar y discutir. No dejó de abordar temas de calado en el ámbito de la cristología y la teología en general[8]. La verdad es que viendo toda su obra uno diría que está ante una Suma Teológica (al modo de Santo Tomás) posterior al Concilio Vaticano II y escrita según el método teológico indicado por el Concilio para nuestro tiempo. Al finalizar esos días nos íbamos con un bagaje teológico nuevo y con ardor en el deseo de aprender y de entrega apostólica. Varios años, los padres del hoy obispo de Orihuela-Alicante, monseñor Munilla, nos hicieron de cocineros. ¡Qué buena gente! Santa. Luego, al final del día, teníamos todos juntos nuestra hora de adoración eucarística y la Santa Misa. Después de la cena rezábamos el Rosario. La convivencia, los parajes escogidos, etc., hacía de aquellos días unas auténticas vacaciones aprovechadas. José Antonio, padre, amigo y profesor.
Al finalizar el verano, mejor, hacia finales de septiembre, tenía lugar una cita nacional de gran envergadura que José Antonio nunca se perdía: el Encuentro de Jóvenes por el Reino de Cristo (J.R.C), sección juvenil del Apostolado de la Oración, dirigido entonces por el recordado padre Luis María Mendizábal. Ante 400-500 jóvenes en los años tope, José Antonio siempre era una «estrella» esperada, pero sin ningún boato por su parte. José Antonio disfrutaba con los jóvenes. Siempre cercano. Su corazón ardía cuando su palabra movía mentes y corazones dirigidos a Cristo. Fabulosas eran sus sesiones de preguntas, invento original, para transmitir la fe, resolver dificultades, atraer a los jóvenes a amar a Jesucristo viviendo en la Iglesia. Cientos de vocaciones sacerdotales, religiosas y matrimoniales se forjaron y nutrieron abundantemente en el pasto que Dios hacía llegar a través de José Antonio y de tantos otros maestros en doctrina y espíritu que allí se congregaban durante esos días. ¡Amar y vibrar con Jesucristo en la Iglesia! Todo el misterio de la pastoral juvenil está ahí. José Antonio lo sabía y contribuía con su ciencia, entusiasmo ardor y simpatía.
Hay un campo que Dios le abrió providencialmente. Simpáticamente decía que de vez en cuando «había que ayudar a la Providencia»… Me refiero a los Seminarios Redemptoris Mater del Camino Neocatecumenal. Sayés fue un San Francisco Javier (navarro también él) del siglo XX, de manera muy singular y desde sus talentos. Recorrió el mundo de oriente a occidente (y varias veces en cada lugar) visitando y formando a los futuros sacerdotes de los seminarios de los «kikos». Para él era una aportación eclesial grande. Se sentía siempre muy a gusto y aunque había cosas que no entendía o con las que no comulgaba, veía en el Camino el dedo de Dios. No siempre fue fácil porque la salud, por ejemplo en la Isla de Guam (Estados Unidos-Pacífico), se le resintió por la artrosis de las manos debido a la humedad. Brasilia (Brasil), Perth (Australia), Takamazu (Japón), Newark (Nueva Jersey, Estados Unidos)… El apóstol no sabe de fronteras, al teólogo (a este teólogo) le urgía la caridad de llevar su ciencia donde fuera necesaria.
Last but not least. Una última cosa que no fue menor: sus intervenciones en el programa Lágrimas en la lluvia. Aunque él ya no pueda intervenir, ¡cómo pediría a mi amigo Juan Manuel de Prada y a quien haga falta que se reanudaran aquellos programas que todavía recordamos! En los de tema teológico, en muchos de ellos, participó José Antonio. Siempre manifestó la capacidad comunicadora y el contenido claro de la fe transmitido con pasión, claridad y buen humor. Aquellos programas que muchos tenemos archivados fueron un hito en la televisión española y José Antonio Sayés fue uno de los participantes asiduos más seguidos y alabados por todas las cualidades ya expresadas.
José Antonio vivió pobremente su vida sacerdotal y de profesor. Decía que tenía lo que necesitaba para vivir. No buscaba prebendas. No tenía teléfono móvil, ordenador, coche… Era, como él decía con humor,… «el último proletario de la teología». Era amigo de sus amigos y, en mi caso, no le importó atravesarse dos veces España para estar conmigo en el funeral de mi madre y en la celebración de los 25 años de mi sacerdocio. Hay cosas que no se olvidan nunca y se agradecen de por vida. Padre y amigo ¿cómo no dar gracias?
¿Que no era santo? Eso Dios lo sabrá. Los que vivimos tan cerca de él sabíamos de sus manías, sus cabezonerías (era buen hijo de su tierra)… Que era todo corazón y entrega… de eso no hay duda alguna. ¿Humilde u orgulloso en su quehacer teológico? ¡Qué difícil es juzgar eso!
Solo apuntaré algo para terminar estas líneas de recuerdo agradecido. Pocos saben (yo lo tengo en mi ordenador) que no publicó su último libro. Abordaba un tema apasionante y que él creía tener muy claro. Yo había discutido muchas veces con él sobre cada uno de sus libros pero sobre este la cosa era más gorda: su tesis iba contra la doctrina de la Iglesia. También los benedictinos de Leyre le dieron «un toque» cuando les dio un cursillo al respecto. Fue humilde. No fue adelante. ¿Toda su vida propagando y defendiendo la fe para terminar con que le llamen a uno hereje? No se publicó. Era un pequeño tratadito sobre la predestinación, tema complejísimo y apasionante, que por tener bases filosóficas insostenibles —así se lo hicimos ver—, terminaba inconscientemente negando la doctrina de la Iglesia. Si fidelidad al Señor en la Iglesia le llevó a cancelar aquel trabajo. Para mí, una lección de vida. En el cielo gozará ahora y verá el conocimiento eterno de Dios sobre cada uno de nosotros.
Los párrafos anteriores adolecen de afecto y agradecimiento. Quizá no sean objetivos. Es lo que tiene escribir desde el corazón. Gracias, José Antonio, padre y amigo. Hasta el cielo.
[1] Su tesis fue publicada en la Facultad de Teología de Burgos, Presencia real de Cristo y transustanciación (Aldecoa, Burgos 1974) y más tarde, resumida Presencia real de Cristo en la Eucaristía (BAC, Madrid 1976).
[2] Sobre ese tema de aspectos filosóficos de transcendencia para la pastoral y la fe, y dirigido a públicos más amplios, con el tiempo publicaría varios libros: Dios existe (Edapor 1990; Monte Carmelo 2011); Principios filosóficos del cristianismo (Edicep, Valencia 1990); Ciencia, ateísmo y fe en Dios (Eunsa 1998); Cristianismo y filosofía (Edicep, Valencia 2002; 2ª 2009); Dios y la razón (Edicep, Valencia 2005); Filosofía del hombre (Eiunsa 2009); ¿Por qué creo?: las preguntas de la fe (BAC, Madrid 2013); Síntesis filosófica: claves para una reforma (Edicep, Valencia 2012, 2013).
[3] «Teología del pecado original»: Burgense 29 (1988) 9-49.
[4] Antropología del hombre caído (BAC, Madrid 1991; Edicep, Valencia 2009; 2013).
[5] Moral de la sexualidad (Asociación Educativa Signum Christi 1989; Edicep 2008); Antropología y moral: de la «nueva moral» a la «Veritatis splendor» (Palabra 1997); Teología moral fundamental (Edicep, Valencia 2003).
[6] La Eucaristía, centro de la vida cristiana (BAC, Madrid 21988); Pecado original y redención de Cristo (Edapor, Madrid 1988); La gracia: vivir en Cristo (Edapor, Madrid 1990); Jesucristo Nuestro Señor (Edapor, Madrid 1990; 1997); La Eucaristía (Edapor, Madrid 1997); Razones para creer (San Pablo, Madrid 1999); Jesucristo, no tenemos otro nombre (Monte Carmelo, Burgos 2011); Teología para nuestro tiempo: la fe explicada (San Pablo 2012); ¿Por qué creo?: las preguntas de la fe (BAC, Madrid 2013); El sacramento de la penitencia (BAC, Madrid 2014).
[7] El misterio eucarístico (BAC, Madrid 1986; 2011); La gracia de Cristo (BAC, Madrid 1993; Monte Carmelo, Burgos 2010); Señor y Cristo: curso de cristología (Eunsa, Pamplona 1995; Palabra, Madrid 2005); El demonio ¿realidad o mito? (San Pablo, Madrid 1997; Edicep, Valencia 2008, 2ª ed. 2014); La Trinidad: misterio de salvación (Palabra, Madrid 2000); Teología de la creación (Palabra, Madrid 2002); La Iglesia de Cristo: curso de eclesiología (Palabra, Madrid 2004); Teología de la fe (San Pablo, Madrid 2004); La Teología fundamental: la razón de nuestra esperanza (Edicep, Valencia 2006, 2009); Más allá de la muerte (San Pablo, Madrid 1996; Edicep, Valencia 2009); Escatología (Palabra, Madrid 2011); La creación: el misterio del hombre (Edicep, Valencia 2013); Comprender la Trinidad (San Pablo, Madrid 2013); Creo en la Iglesia (San Pablo, Madrid 2015); La verdad de la fe (San Pablo, Madrid 2017).
[8] Jesucristo ser y persona (Aldecoa, Burgos 1984); La esencia del cristianismo: diálogo con K. Rahner y H.U. Von Balthasar (Cristiandad, Madrid 2005); Cristianismo y religiones (San Pablo, Madrid 2001); Teología y relativismo: análisis de una crisis de fe (BAC 2014).