Tuve noticia de esta novela por un artículo de Juan Manuel de Prada en el diario “ABC”, titulado “El obispo apóstata”, en el que decía: “Acabo de leer una novela magnífica que, a buen seguro, no será celebrada en las tribunas donde se encomia la bazofia sistémica. Se titula ‘Marta, Marta’ (Ediciones de La Discreta) y la ha escrito Enrique Álvarez, uno de los pocos escritores españoles en activo que todavía se atreve a abordar cuestiones de índole espiritual en sus novelas”.
Tengo que confesar que había leído otras novelas de Enrique Álvarez, hasta hace bien poco técnico responsable de cultura del Ayuntamiento de Santander. No tardé mucho en conseguir un ejemplar de una obra en la que el protagonista no me parece que sea el obispo de Santander que apostata, es decir, que abandona su ministerio con una confesión pública de una rancia ilustración. Hecho que motiva en gran parte la novela.
Dios en la vida de las personas
El protagonista de esta novela es Dios en la vida de las personas. No es lo mismo creer que no creer en Dios para la vida. No es lo mismo dejarse modelar por la gracia que rechazar su presencia en nuestra vida. Sean esas personas obispos, sacerdotes, religiosas, laicos casados, divorciados o solteros.
En esta novela coral, de buen ritmo, que no es una novela de tesis, hay otro protagonista colectivo, la sociedad santanderina y sus relaciones con la diócesis de Santander.
Puede parecer que estamos ante una obra literaria localista o, a lo sumo, regionalista. No lo creo. Los temas de fondo que se proponen son tan universales como la España de nuestro tiempo. A saber: la secularización, la labor de la Iglesia hoy, la ideologización y politización de determinados sectores de Iglesia, los denominados modelos de Iglesia, los problemas generacionales, la educación de los jóvenes, el sentido de la vida, la aceleración de la historia, la idiosincrasia burguesa, la vida matrimonial, afectiva y, quizá en demasía, sexual.
Iglesia en Santander
Por un lado, una sociedad bien descrita, con personajes creíbles, incluso diría yo que tan reales que hasta se podrían poner nombres y apellidos. Aunque ya sabemos que cualquier parecido con la realidad es algo más que una pura coincidencia.
Y la Iglesia en Santander, una diócesis en la que se “experimentó” demasiado en el postconcilio, fragmentada y dividida, que no ha conseguido despegarse de ciertos hábitos postconciliares, con un problema, cada vez más acuciante, de clero, y con un alto nivel de secularización. Y no seré yo quien haga ahora una teoría sobre la relación entre calidad de vida y práctica de fe.
Fijémonos en cómo se describe la diócesis en la novela: “Era horrible la situación de la Iglesia en aquella diócesis. No había vocaciones, quedaban pocos curas y los que quedaban eran, en su mayoría, o muy pasotas o muy mediocres, más algún que otro tronado o perro verde que ladraba y además mordía. Ciertamente la grey cristiana estaba ensoberbecida y envenenada de demagogia, pero los curas no podían ir encima a provocarla con cartelones ni con gestos hirientes…”. Que conste que también hay curas santos, entregados, buenos.
Realidad y ficción
El hecho de que un obispo, Dionisio Arias, pueda perder la fe y se convierta en noticia mundial, no parece muy probable. Es un curioso recurso literario para hablar de la centralidad de Dios, y de Jesucristo, en la vida de las personas, también de la Iglesia jerárquica. “Usted piensa que el abandono de un obispo es un mal que debe evitarse a cualquier precio, pero no tiene en cuenta en absoluto, o eso parece, el mal que hacen tantos obispos, tantos jerarcas, tantos, que fingen tener una fe que no tienen, que están engañando al pueblo… “, se lee en un diálogo.
Pensemos que a veces la realidad supera la ficción. Creo que no hace falta recordar un reciente caso episcopal en España.
Que el obispo me suena demasiado, en su descripción típica, a alguno que lo fue de Santander y que murió en accidente de tráfico, sí, no lo niego. Que el resto de los personajes eclesiales suenan demasiado a reales, también.
Y algunos claramente. Julián Bedia, vicario de la diócesis, descrito como “un cura bien apersonado, a pesar de la calvicie. Alto, fornido, facciones enérgicas, labios curvados y una voz grave y pródiga en inflexiones y cambios de tono”. Con ínfulas y algo más, que termina siendo nombrado obispo de una diócesis del norte de España, con una trama familiar curiosa.
Sor Marta Barturen, la Hija de la Caridad que regentaba la ‘Cocina económica’. O la referencia al sacerdote con acento francés que decía misa y confesaba en la parroquia del Santísimo Cristo, que no puede ser otro que mi admirado y recordado don Antonio Bueno, un santo y sabio sacerdote.
O la de un jesuita de la comunidad de Santander del que se escribe: “Hay un cura ahora ahí, en los jesuitas, que cada vez que voy me tengo que salir de la Iglesia, porque es que me echa. Todo lo que no sea teología de la liberación es fariseísmo. Yo le he oído poner a parir al Papa”(estamos en la época de Juan Pablo II). Tengo que decir que con frecuencia suelo asistir a las misas de un jesuita que se parece mucho al descrito y que yo no me salgo de ellas. Se acaba cogiendo afecto a los clásicos.
Garabandal
Dejando aparte el análisis de los protagonistas, esta novela me recordó –y perdonen que haga esta referencia final – a uno de los mensajes de las supuestas apariciones de la Virgen en el pueblo de San Sebastián de Garabandal (Cantabria). Quizá la tesis de fondo, la trama sobre la que se articula esta novela en la que se habla de Dios, del pecado, del demonio, de la redención, de la gracia, tenga algo que ver con eso.
Bueno, y también se habla de música clásica, de buena música clásica, y del Beato de Liébana, de Elipando de Toledo y de Félix de Urgell…
Marta, Marta
Enrique Álvarez
La Discreta
Marta, Marta