En tiempos medievales, cuando un obispo demostraba ser indigno del cargo que ocupaba y la Iglesia decidía expulsarle de su cargo, no recibía simplemente una cartita al respecto mientras sus compañeros obispos le dedicaban elogiosas declaraciones públicas de despedida, como sucedió no hace tanto tiempo en Argentina con un obispo sorprendido in flagranti delicto contra naturam.
A los medievales les gustaba hacer las cosas bien, de forma solemne y pública, así que se convocaba al pueblo y al clero a la catedral. El obispo indigno era llevado allí revestido como si fuera a celebrar una Misa solemne, con el alba, la casulla, la estola, el manípulo, cubierta la cabeza por la mitra, con el anillo episcopal en su dedo y el báculo en la mano, pero se le sentaba ante el altar mayor sobre un mísero taburete.
Autor: Bruno Moreno
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