Pordenone – El 8 de noviembre de 1922, hace exactamente cien años, el obispo italiano Celso Costantini llegó a Pekín después de un largo viaje, enviado por el Papa Pío XI como primer delegado apostólico en China. Una misión que se mantuvo en secreto hasta su llegada a Hong Kong, para protegerla del sabotaje de las potencias europeas. «De cara sobre todo a los chinos – escribiría más tarde Costantini en sus memorias, recordando la llegada a su destino – me pareció oportuno no acreditar en modo alguno la sospecha de que la religión católica pudiese parecer estar bajo protección o, peor aún, se viese como instrumento político al servicio de las naciones europeas. Quise, desde mis primeros actos, reivindicar mi libertad de acción en el ámbito de los intereses religiosos, negándome a ser acompañado ante las autoridades civiles locales por representantes de naciones…
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