El pasado domingo hemos celebrado litúrgicamente el día de la Santísima Trinidad, que atesora el misterio de ser un solo Dios y tres Personas Divinas. Para todos sus hijos -los bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo- debería ser siempre una celebración de la infinita grandeza de Dios, y, en consecuencia, se debería responder siempre con la correspondiente magnitud de amor, adoración y gratitud.
San Pablo nos lo recuerda en la segunda lectura de este pasado Domingo de la Santísima Trinidad: “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar ¡Abba, Padre! Ese espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos de Dios y…
Autor: Marta Pérez-Cameselle
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