No rechaces, hijo mío, el castigo del Señor, ni te enojes por su corrección, dice el libro de los Proverbios. Dios nos da muchos regalos y sus castigos no son el menor de ellos. Necesitamos que Dios nos castigue, como un padre castiga a su hijo preferido, para que aprendamos a rechazar el mal y elegir el bien.
¿Qué padre no castiga? Aquel a quien sus hijos no le importan nada. Mis padres me regañaron y castigaron muchas veces y yo se lo agradezco inmensamente. Si no lo hubieran hecho, me habría convertido en un adulto mimado, egoísta e insufrible. Cualquier hijo con dos dedos de frente se da cuenta de ello.
Mucho más aún, pues, tendremos que agradecer los castigos que Dios nos manda, desde las pequeñas incomodidades cotidianas a las humillaciones, las enfermedades y la misma muerte, que son consecuencia del pecado de Adán y del nuestro, a la vez castigo y pena…
Autor: Bruno Moreno
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