Autor: Miguel Aranguren
Podrían haberte llamado Laura –es el primer nombre que me viene a la cabeza– y ser dueña de una bonita historia: quizás trenzada en un hogar con un padre ausente (esta sería la única zona negra de tu vivir) y una madre luchadora, que por asegurarte un futuro digno trabajaría de sol a sol como empleada doméstica, las primeras horas de la jornada en el piso de una familia numerosa, después en otra vivienda a seis paradas de metro y un transbordo, para acabar en una oficina en la que se pondría a vaciar las papeleras antes de que los empleados empezaran a marcharse, muchos de ellos sin despedirse de ella con un formal buenas tardes.
Te podrían haber puesto Alfonso Noel –lo de tu nombre es un capricho o una intuición– y encontrarte, a día de hoy, en los primeros compases del nuevo curso escolar, estrenando libros y lapiceros. ¡Qué rico, cómo huelen a nuevo!… Serías el primer vástago…

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