El 20 de febrero se cumplió el centésimo aniversario de la muerte de Santa Jacinta Marto, la pastorcilla de Fátima fallecida en Lisboa con sólo diez años. Todos conocemos la historia de las apariciones de la Virgen de Fátima, en 1917. Sin embargo pocos saben qué sucedió en la vida de Jacinta en los meses siguientes. ¡Continúa leyendo para descubrirlo!
La canonización de los dos hermanos Marto (13 de mayo de 2017) decretó a Jacinta MArto, como la santa no mártir más joven de la Iglesia católica. Aunque no fue canonizada en virtud de las apariciones, sino por lo que vivió y cómo lo vivió después, haciendo de esta pequeña santa, una de las maestras de espiritualidad más auténticas de nuestro tiempo.
Jacinta Marto, fue atrapada, transformada y moldeada, totalmente, por el mensaje que había oído de la Virgen María. En la primera aparición (13 de mayo de 1917), la Virgen les hizo una pregunta directa, fuerte, inesperada a los tres: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de reparación por los pecados con los que se le ofenden, y de petición para que los pecadores se conviertan?”. Lucía respondió en nombre de todos: “Sí, lo queremos”.
Juntos en una sola misión
Desde ese momento comenzó una nueva vida para los tres pastorcillos. Tenían una misión, y no se plantearon preguntas; sabían que podían hacer algo para ayudar a los pecadores a dejar de pecar. Lo hicieron de manera decidida y convencida tras la visión del infierno del 13 de julio, la cual les dejó muy turbados. El golpe final llegó un mes después (19 de agosto), cuando oyeron de los labios de la Virgen estas palabras: “Muchas almas van al infierno, porque no hay quien se sacrifique y rece por ellas”. Si esto es verdad, la responsabilidad también recaería sobre quienes no hacen nada para colaborar en su salvación eterna.
Por eso, los tres se dedicaron, a rezar y hacer penitencia, con mayor dedicación que antes, pues sabían, que cada uno de sus sacrificios aplacaría la caída de una persona o más personas en el abismo. Hicieron todo tipo de acciones: daban de comer a las ovejas y se quedaban sin comer; se ponían alrededor de la cintura una cuerda áspera; soportaban con alegría a todas las personas molestas y curiosas; rezaban rosario tras rosario, aprovechando cualquier acción para ofrecer algún sacrificio al Señor.
Jacinta y su misión de salvar y convertir
Jacinta, en especial, se tomó en serio esta misión “Jacinta Marto parecía preocupada por el único pensamiento de convertir a los pecadores y salvar a las almas del infierno. Francisco, en cambio, parecía pensar sólo en consolar a Jesús y la Virgen, a los que había visto muy tristes”, se lee en las memorias de Lucia. Jacinta tenía un carácter y un temperamento más decidido siendo consciente de que su acción puede cerrar la puerta del infierno a algunas almas.
Tras la muerte de Francisco, Jacinta Marto enfermó de gravedad (pleuritis purulenta con fístula), la llegaron a operar y le sacaron dos costillas, quedando una herida enorme que nunca cicatrizó del todo. Aunque sufrió mucho, ella lo vio como una prueba. Tenía algo que ofrecer para la doble misión de la reparación de los pecados y la conversión de los pecadores. Una noche, mientras rezaba, se dirigió al Señor con estas palabras: “Ahora puedes convertir a muchos pecadores porque sufro mucho”
Anne Gabrielle Caron
Era una niña de 8 años, que como cualquier niña, adoraba jugar, sonreír y bromear. Tras sufrir un cáncer de huesos especialmente agresivo, fallece en 2010, lo hace feliz y abandonándose completamente a Dios, pese a su corta edad. Años después, su testimonio ayuda a muchas personas a cómo afrontar el sufrimiento a través del libro Là où meurt l’espoir, brille l’Espérance, que cuenta la experiencia de fe de su pequeña y la ha unido a la de los familiares, sacerdotes y religiosas que la acompañaron durante la enfermedad y la muerte, historias recopiladas por su madre.
“Mi hija me mostró el camino al cielo”, relata ahora Marie-Dauphine Caron a Famille Chrétienne, que aún recuerda que “la pérdida de un hijo es terrible, ver el sufrimiento de un niño es también terrible porque te sientes impotente”. A pesar de ello, sabe que su sufrimiento se ha convertido en una obra de amor.
Ofrece su dolor por los otros niños
“¿Por qué Dios me ha elegido a mí para esto”. “Estoy dispuesto a aceptarlo”. Siempre decía que ofrecía todo el sufrimiento de la quimioterapia por el resto de niños del hospital y por los médicos.
Anne Gabrielle, era la mayor de cuatro hermanos que enfermó cuando tenía seis años. Se quejaba de un dolor en la pierna que la hacía cojear, eran dolores tremendos y pronto empezó la quimioterapia. Pero cuando se creía que el tumor había desaparecido, de repente apareció y se extendió por todo el cuerpo.
“Quiero ayudar a los que sufren”
“Aunque no me gusta estar enferma tengo suerte, porque puedo ayudar al buen Dios a llevarle a la gente de nuevo a Él. Quiero ayudar a los que sufren”. Durante su enfermedad, Anne Gabrielle fue el centro de atracción para sus familiares, otros enfermos y muchos religiosos, quienes la acompañaron durante todo este proceso y recuerdan un momento especial para la niña: su primera comunión.
Tres días antes de este acontecimiento tan importante para ella, tuvo que ser hospitalizada de urgencia por un problema cardíaco. Pero llegó el día y pudo cumplir su sueño, dejó escrito: “Estoy feliz porque puedo decir: estoy cerca de ti, mi Dios”, el sacerdote que aquel día le dio la comunión recuerda “nunca he visto a nadie recibir la comunión como ella lo hizo”.
“Sabes mamá, creo de vez en cuando que cuando esté muerta no va a ser difícil para mí portarme bien. No será difícil ser agradable con la gente, pensar en los demás, obedecer y pintar con los hermanos”. El dolor la llevó a tener momentos de dudas y a un desierto espiritual del que pronto salió con fuerza, llegando a tener expresiones como “necesito que alguien me diga que Dios es realmente bueno. Cuando veo que tan pocas personas creen en Dios, me pregunto si realmente existe”.
Esas dudas se disiparon pronto entregándose a la oración y la comunión, haciendo que el obispo de Toulon, monseñor Dominique Rey, vaya a su casa para llevarle la comunión a la niña. Su madre recuerda que Anne Marie creía firmemente estar viviendo su propia Pasión junto a Jesucristo. Falleció el 23 de julio de 2010, tras más de 30 horas de agonía. “Ver a Anne-Gabriel fue ver a Dios”, diría el sacerdote durante el funeral.
Ayudando desde el cielo
“Desde su publicación, las historias son cada vez más numerosas sobre todo por el descubrimiento del don precioso de la Eucaristía por parte de Anne Gabriel, por lo que cada vez más personas utilizan su historia para preparar a los niños de cara a la Primera Comunión”. “Vivimos todos estos testimonios como parte de la gran misericordia de Dios, que por su gracia vemos incluso aquí en la tierra los frutos del sacrificio de nuestra hija”, concluye su madre, recordando la intensa y corta vida de santidad de su hija.
El poderoso testimonio de Jacinta Marto y Anne Gabrielle Caron: Dos almas que enseñan el valor del sacrificio
Jacinta Marto y Anne Gabrielle Caron son dos figuras que, aunque separadas por el tiempo y el espacio, comparten un mensaje profundo de sacrificio y entrega por los demás. Estas dos almas jóvenes nos enseñan que a través del sufrimiento podemos encontrar un propósito más elevado y ayudar a aquellos que más lo necesitan.
Jacinta Marto, la pastorcita de Fátima, fue una niña de gran espiritualidad que presenció las apariciones de la Virgen María junto a sus dos hermanos en 1917. Desde ese momento, Jacinta Marto se entregó por completo a la misión de rezar y hacer sacrificios por la conversión de los pecadores. Aceptó con valentía el llamado de la Virgen a ofrecerse a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviarles. Jacinta Marto entendió que su sufrimiento tenía un propósito mayor: reparar los pecados cometidos y ayudar a salvar almas del infierno. A pesar de su corta vida, Jacinta demostró una determinación y una entrega inquebrantables.
Por otro lado, Anne Gabrielle Caron, una niña de ocho años, también vivió una experiencia de sufrimiento que transformó su vida. Diagnosticada con un cáncer óseo agresivo, Anne Gabrielle enfrentó el dolor y la enfermedad con una actitud de entrega y amor. Aceptó su enfermedad como una forma de ayudar al buen Dios a llevar a las personas de nuevo a Él. Anne Gabrielle ofreció su sufrimiento y sus tratamientos de quimioterapia por los demás niños del hospital y por los médicos. A pesar de las dificultades que enfrentó, Anne Gabrielle mantuvo una profunda fe y una actitud de servicio hacia los demás.
Ambas niñas, Jacinta y Anne Gabrielle, nos enseñan que el sacrificio no es en vano y que incluso en medio del sufrimiento podemos encontrar un propósito y una manera de ayudar a los demás. Sus vidas son un testimonio poderoso de amor y entrega, y nos invitan a reflexionar sobre el valor del sacrificio en nuestras propias vidas.
Fuente: Religión en Libertad, Píldoras de Fe, Cari Filii