Nos decimos “Cuando los demás cambien tendremos paz”. O como Brad Pitt “Nunca entendí el crecer con el cristianismo —no hagas esto, no hagas aquello— todo es acerca de prohibiciones”. Nada más lejos de la verdad. La Virgen nos invita a la paz. No hay paz sin la conversión. Por lo tanto, mi conversión será una condición previa para la paz. Aquí la Virgen nos enseña que soy yo quien debe cambiar y no los demás.
Cuando cambio mi forma de pensar, cuando cambio mis sentimientos, todo empieza a tener otro aspecto. Por lo tanto las cosas como las personas cambian de aspecto. Jesús nos enseña a no querer quitar la paja del ojo ajeno; primero verifica tu estado de ánimo. En cambio nosotros queremos hacer que los demás cambien. Jesús nos dice: “examina primero tu estado de ánimo y cambia tú”. Libérate primero de todo lo que hay dentro de ti.
Pensemos en una persona a la que no queremos. Quizá veamos solamente un lado, el negativo. Entonces, antes que nada, debemos verificar si dentro de nosotros hay algún filtro, alguna traba. Lo primero que debemos hacer es liberarnos de esto. Ante todo, debemos ser conscientes de cómo va nuestro estado de ánimo. Cuando en nuestro interior hayamos puesto las cosas en su lugar, entonces podremos responder.
Tomemos el ejemplo del obispo San Francisco de Sales. Una vez un hombre lo insultó y blasfemó, pero San Francisco callaba. Sus amigos le preguntaron: “¿Por qué estabas callado?, ¿por qué no respondiste?”. Y él contestó: “hice un pacto entre mi lengua y mi corazón: la lengua puede hablar siempre que el corazón esté calmado. Sin embargo, en aquel momento mi corazón no estaba tranquilo”.
Entonces hay que preguntarnos: ¿Con qué estado de ánimo entro en mi casa? ¿Cómo me acerco a los demás? Todo depende de mi interior. Es por eso que Jesús nos dice: “En primer lugar debemos limpiar el vaso por el interior”. El exterior depende del interior.
La Virgen nos enseña que primero tenemos que cambiar nosotros. Por lo tanto ese cambio debe pasar durante la oración.
¿De qué cambio se trata?
Recordando a los dos discípulos en el camino de Emaús hacia Jerusalén, ellos estaban ciegos porque no veían a Jesús que estaba realmente ahí con ellos. A quien le dijeron “Nosotros le esperábamos y en cambio todo se ha acabado”. ¿Te parece familiar? Acuérdate de ciertas situaciones en las que vas andando pensativo, y no ves a quienes tienes cerca.
Poco a poco los ojos de los discípulos se fueron abriendo y su corazón empezó a despertarse y fueron entendiendo cada vez más.
Rezar, no significa que el cambio suceda dentro de nosotros, a menudo permanecemos así, como cuando empezamos a rezar y volvemos a casa igual que antes. Esto no funciona así. Hay que analizarse a uno mismo con Él, porque no siempre nos vemos como somos.
La Virgen quiere que cambiemos, sin embargo nos cuesta mucho más mirar nuestro interior. Y es mucho más importante que el exterior. Ella nos enseña a rezar con el corazón. Rezar con el corazón significa estar presentes, no sólo con el cuerpo también con el espíritu. “Oren con alegría” nos dice la Virgen. A lo mejor no puedas rezar con alegría, pero no dudes que si se puede hacer.
Sigamos este ejemplo: Una chica estaba leyendo un libro de poesías que le resultaba aburrido. Leyó un poco y dejó el libro. Unos días más tarde, conoció a un joven y se enamoró de él. Hablando, él comentó que escribía poesía. Cuando ella volvió a casa fue corriendo a buscar aquel libro de poesías y descubrió que el chico era el autor del libro. Empezó de nuevo a leerlo y no paró hasta que lo terminó. Y lo releyó varias veces porque ya no lo encontraba aburrido. Cada palabra tenía su significado. Por eso, hay que enamorarnos de Jesús.
Hay tres dimensiones de agradecimiento para rezar.
Hay que abrir nuestros ojos ya que a menudo no estamos satisfechos, no llegamos a ver lo que tenemos. Cuando damos gracias descubrimos muchas cosas bonitas a nuestros alrededor.
Despierta tu corazón. Porque cuando descubrimos la belleza de lo creado a nuestro alrededor, el corazón empieza a gozar.
La tercera dimensión es terapéutica. Cuando uno da gracias, el agradecimiento ayuda a reconciliarnos con la cruz, para que aparezca la paz dentro de nosotros.
Fuente: Amar a Jesucristo