Resulta curioso, por no decir cómico, que el arzobispado de Madrid alce la voz para condenar las llamadas «terapias de conversión» con una rotundidad digna de mejores causas.
En un comunicado cargado de grandilocuencia y vocabulario inclusivo, los responsables de la décima planta se deshacen en argumentos sobre lo peligroso de ofrecer ayuda a quienes, de manera libre y voluntaria, desean sanar heridas afectivas o reorientar sus deseos hacia lo que consideran un bien superior. Es fascinante cómo un acto de libertad individual puede ser etiquetado como “violencia” por quienes, aparentemente, olvidan la premisa de respetar al prójimo.
Por supuesto, esta condena tiene más que ver con la “nueva sensibilidad pastoral” que se estila en los despachos vaticanos. Sería demasiado pedirle al arzobispado que defienda la libertad de aquellos que buscan algo tan básico como vivir…
Autor: Jaime Gurpegui
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