Desde que tiene uso de razón, el experimentado evangelizador y psicólogo Gustavo Mejía solo puede recordar a su padre cómo «el mejor héroe» y «el rey de la casa». Una imagen que cambió para siempre cuando un fatídico 20 de diciembre se marchó de casa, indiferente a las súplicas del pequeño, para no volver, mientras Gustavo rezaba una novena a Jesús. Aquel episodio se convertiría en una carencia afectiva que determinaría su vida. Solo redescubriendo el sentido de «ser hijo» podría sanar.
«Con él se fueron mis sueños y mi deseo de vivir«, recuerda entrevistado por Montse Castillo. Su madre cayó en depresión, su hermano en episodios de rebeldía y él en otra depresión que le conduciría directamente a episodios de bullying, soledad y heridas.
Tendrían que pasar los años para comprender la «gran herida» que tenía respecto a Dios, por lo general camuflada tras una…
Autor: José María Carrera
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