Madrid, principios del siglo XVI. Dos religiosos de la orden de San Juan de Dios pasean por las calles de la villa, adonde han llegado con la idea de levantar un hospital para pobres. De repente, al pasar por la calle San Jerónimo, oyen música proveniente de uno de los balcones. Alzan la mirada y ven un muñeco que canta.
Son cuatro palos envueltos en telas, con una cabeza y, a los lados, brazos articulados que sostienen una vihuela. En realidad, detrás del muñeco se esconde el verdadero cantante, dueño de una casa de citas, que lo utiliza para atraer clientela. Los religiosos se fijan en la cara. La conocen. Era la de una Virgen que había sido robada en Toledo. Parece que el dueño del lupanar fue el ladrón.
La única sacada en procesión
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Autor: ReL
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